
Delante de un par de cervezas, el chico de la exposición me dijo que estaba hecha en blanco y negro, como la poesía y los sueños, como todo lo intangible: “La vida y sus miserias transcurren en color. Tú pareces una actriz de cine mudo”.
Respondí a aquellos halagos sonriendo y sonrojándome. Luego, antes de despedirnos, me anotó la dirección de su estudio fotográfico: “Me encantaría hacerte un retrato”. Quedamos en que pasaría por allí a la mañana siguiente, pero nunca aparecí.
Poco después dejé a mi novio. De eso hace siete años y no he vuelto a tener otro. Los hombres con los que me he tropezado desde entonces sólo han sido capaces de verme en tecnicolor.