No es cuestión de ver, hay que saber mirar,
hay que sentir profundo, hay que atisbar.
Contemplar como las hojas caen en delicada lluvia sobre el suelo,
amarillas o marrones.
Descubrir que cada una es diferente,
y la vida las arranca en un instante para siempre.
Entender que hay etapas que culminan,
que otras hojas nacerán, otros brotes, otras vidas.
Aceptar que la raíz permanece si el árbol sabe esperar,
si soporta el duro invierno soñando su primavera.
Dar sentido: a las hojas, al otoño, a la helada,
a la esperanza, al dolor, a la alegría, a la mudanza.
Y descansar.
Y dar gracias.