Mido un metro ochenta, una estatura que resultaba bastante impresionante hacia 1780, cuando yo era un joven mortal. Ahora no está mal. Tengo el cabello rubio y tupido, largo hasta casi los hombros y bastante rizado, que parece blanco bajo una luz fluorescente. Mis ojos son grises pero absorven con facilidad los tonos azules o violáceos de la piel que los rodea. Tambien tengo una nariz fina y bastante corta, y una boca bien formada, aunque resulta demasiado grande para el resto del rostro. Una boca que puede parecer muy mezquina o extremadamente generosa, pero siempre sensual. Mis emociones y estados de ánimo se reflejan siempre en mi expresión. Mi rostro está continuamente animado.
Mi condición de Vampiro se pone de relieve en la piel, extremadamente blanca y que refleja excesivamente la luz: ello me obliga a maquillarme para aparecer ante cualquier tipo de cámara.
Cuando estoy sediento de sangre, mi aspecto produce verdadero horror: la piel contraida, las venas como sogas sobre los contornos de mis huesos... pero ya no permito que tal cosa suceda, y el único indicio firme de que no soy humano son las uñas de mis dedos. A todos los vampiros nos sucede lo mismo: nuestras uñas parecen de cristal.
Ahora soy lo que en norteamérica llaman una superestrella de rock. He vendido 4 millones de copias de mi primer álbum y voy camino de San Francisco para dar el primer concierto de una gira nacional que me llevará de costa a costa con mi grupo..
.
