La ropa que usaba una y otra vez, los montones de labiales sin usar, la canción que cantaba mientras cocinaba, pertenecian a una vida que ahora parecía extraña. Una vida que estaba planeando dejar entre la entrada y el postre. Le sorprendió lo extrañamente lógico que fué elegir ese lugar para dejarla. El mismo lugar en el que se dió cuenta que ya no la amaba.
Cuando ella sonrió, él casi gritó: "Voy a dejarte, no sonrías". Pero simplemente le dió un trago de su Kir. Otra cosa que le molestaba, era que ella nunca ordenaba aperitivos ni postres pero siempre se comía lo de él. Peor aún, él siempre ordenaba la comida que le gustaba a ella. "¿Me gustan los profiteroles?", se preguntaba.
Cuando ella empezó a llorar como él nunca había visto, al principio pensó que sabía que la dejaría por Marie-Christine, la atractiva azafata rubia a la que amaba desde hacia 18 meses. "Se acabó" pensó "Lo sabe". "Lo sabe desde hace años. Debía haberlo supuesto".
Aún llorando, sacó unos papeles y se los dió. En fríos terminos clínicos decia que ella tenía Leucemia Terminal. En un instante su primer propósito desapareció de su mente, y una extraña voz metálica empezó a decirle: "tienes que superar esta situación". Y lo hizo. Pidió 3 órdenes de profiteroles para llevar y le envió un mensaje de texto a su amante:"Perdóname, atte Sergio".
Atendió a su esposa en todo lo que ella quería: colgando fotografías por toda la casa, llevándola a ver sus películas favoritas durante el día, buscando ofertas aunque odiaba ir de compras, leyendo Sputnik Sweetheart en voz alta para ella. Hasta el mas mínimo detalle tenía un sabor distinto sabiendo que jamas podría volver a hacer lo mismo por ella. Actuando como un hombre enamorado volvió a ser un hombre enamorado.
Cuando murió en sus brazos, él cayó en un coma emocional y nunca se recuperó. Incluso ahora, muchos años despues, su corazón siempre duele al ver a una mujer con un abrigo rojo.