
Siempre que llueve es así. Pocos espectáculos para Elisa como mirar el aguacero desde la ventana, esa cosa tan simple. Apenas empiezan a caer las primeras gotas corre a la cocina para prepararse un té y, a toda velocidad, acude con su taza caliente a descorrer por completo las cortinas y se queda apostada allí, junto al cristal que marca la frontera entre su casa y el mundo, tan cerca y tan lejos a un tiempo del chaparrón; a veces de pie, a veces arrodillada encima de una silla. Pocos momentos tan de ella, porque su vida pasada vuelve siempre de la mano del agua.
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-Museo de la soledad (Carlos Castán)