lunes, 6 de septiembre de 2010

Cada memoria enamorada guarda sus magdalenas y la mía —sábelo, ahí donde estés— es el perfume del tabaco rubio que me devuelve a tu más espigada noche, a la ráfaga de tu más profunda piel. No el tabaco que se aspira, el humo que tapiza la garganta, sino esa vaga, equívoca fragancia que deja la pipa en los dedos.

-Cortazar